"Miro la contraportada del libro. Sus miradas.
¿Qué se les estaría pasando por la cabeza, en ese mismo instante? Sabemos muchas cosas: lo que contaron, otras tantas que suponemos. Pero lo que se guardaban debía ser increíble. Como lo que nos guardamos todos, todo lo que, de puertas para fuera, solamente se puede intuir.
Muchos, con ver la cubierta, ya los llamarían locos. Y si, además, supieran de sus vidas, el desprecio sería inamovible. Otros los tildan de raros, una no muy precisa (y sin embargo, común) palabra para calificar a aquellos que se separan de la norma. Lo más probable es que detrás de estas ideas, solamente se encuentre la cobardía por no haberse atrevido a adentrarse en el camino del bosque menos transitado, aquél que se presentó un día y estaba lleno de maleza, plantas locas y silvestres, sonidos desconocidos, misteriosos, seductores. Sólo es una teoría.
Pero ahí están, en la contraportada. Solos, los dos. No sonríen. Sin embargo, se les intuye felices.
Construyeron su propio camino a través del bosque. Lo que nos llega sólo es la prueba del viaje, el regalo que nos brindan para que florezcan en nosotros mismos los sueños, las expediciones de niños científicos, las ganas de tomar un camino propio.
Quizá en eso resida la grandiosidad de su historia: bien podía haber sido un libro totalmente artesano, destinado a cualquier cajón del armario, para recordar anécdotas en brindis y reuniones de amigos o en algún momento de ésos en que la cueva se llena de susurros, sudor y espirales en el aire, y no hay más soledad posible. Pero no.
Y el último sentido de la historia se entiende sólo gracias a la figura de los pálidos y cada vez más intrépidos lectores (entre los que me incluyo). Un acto altruista, un empujón, una pequeña sugerencia a adoptar un camino alternativo.
Después de mi primera lectura del libro, me lamentaba por no haber tenido la oportunidad de haberlos conocido, porque nunca pude compartir con ellos un trago de Scotch o una taza de café en el Barrio Latino.
Ahora miro esa fotografía de la contraportada, y sonrío: quizá lo más importante de esta historia es que nos empuja a buscar un sendero propio en el bosque, nos invita a ser intrépidos lectores en busca de su autopista paralela, nos enseña que todos podemos ser auténticos, nos muestra la delicia de poder convertirse en loco lindo, y sólo tú establecer los límites.
Bien. De acuerdo. Ellos cumplieron. Es el turno de la contraparte.
Te propongo que creemos nuestra autopista paralela, que salga únicamente de nuestra imaginación. Establecer las normas y límites de la expedición. Y llenar a Fafner de las provisiones necesarias. Llenarlo de libros y música; y la bola del mundo como único mapa.
Probablemente creerás que estoy loco, que soy un raro personaje, que la intrepidez se me ha subido a la cabeza y ahora se llama trastorno.
Pero el caso es que miro esa fotografía, y nos veo: felices como ellos, intrépidos como niños, locos como si fuéramos escritores.
Y sé que detrás de esta sonrisa y mirada cómplice que nos regalamos, se encuentra una certeza: nuestro viaje, que ya hemos empezado por esa bola del mundo que tenemos entre las manos, y no para, de verdad que no, preciosa, no para de dar vueltas..."
¿Qué se les estaría pasando por la cabeza, en ese mismo instante? Sabemos muchas cosas: lo que contaron, otras tantas que suponemos. Pero lo que se guardaban debía ser increíble. Como lo que nos guardamos todos, todo lo que, de puertas para fuera, solamente se puede intuir.
Muchos, con ver la cubierta, ya los llamarían locos. Y si, además, supieran de sus vidas, el desprecio sería inamovible. Otros los tildan de raros, una no muy precisa (y sin embargo, común) palabra para calificar a aquellos que se separan de la norma. Lo más probable es que detrás de estas ideas, solamente se encuentre la cobardía por no haberse atrevido a adentrarse en el camino del bosque menos transitado, aquél que se presentó un día y estaba lleno de maleza, plantas locas y silvestres, sonidos desconocidos, misteriosos, seductores. Sólo es una teoría.
Pero ahí están, en la contraportada. Solos, los dos. No sonríen. Sin embargo, se les intuye felices.
Construyeron su propio camino a través del bosque. Lo que nos llega sólo es la prueba del viaje, el regalo que nos brindan para que florezcan en nosotros mismos los sueños, las expediciones de niños científicos, las ganas de tomar un camino propio.
Quizá en eso resida la grandiosidad de su historia: bien podía haber sido un libro totalmente artesano, destinado a cualquier cajón del armario, para recordar anécdotas en brindis y reuniones de amigos o en algún momento de ésos en que la cueva se llena de susurros, sudor y espirales en el aire, y no hay más soledad posible. Pero no.
Y el último sentido de la historia se entiende sólo gracias a la figura de los pálidos y cada vez más intrépidos lectores (entre los que me incluyo). Un acto altruista, un empujón, una pequeña sugerencia a adoptar un camino alternativo.
Después de mi primera lectura del libro, me lamentaba por no haber tenido la oportunidad de haberlos conocido, porque nunca pude compartir con ellos un trago de Scotch o una taza de café en el Barrio Latino.
Ahora miro esa fotografía de la contraportada, y sonrío: quizá lo más importante de esta historia es que nos empuja a buscar un sendero propio en el bosque, nos invita a ser intrépidos lectores en busca de su autopista paralela, nos enseña que todos podemos ser auténticos, nos muestra la delicia de poder convertirse en loco lindo, y sólo tú establecer los límites.
Bien. De acuerdo. Ellos cumplieron. Es el turno de la contraparte.
Te propongo que creemos nuestra autopista paralela, que salga únicamente de nuestra imaginación. Establecer las normas y límites de la expedición. Y llenar a Fafner de las provisiones necesarias. Llenarlo de libros y música; y la bola del mundo como único mapa.
Probablemente creerás que estoy loco, que soy un raro personaje, que la intrepidez se me ha subido a la cabeza y ahora se llama trastorno.
Pero el caso es que miro esa fotografía, y nos veo: felices como ellos, intrépidos como niños, locos como si fuéramos escritores.
Y sé que detrás de esta sonrisa y mirada cómplice que nos regalamos, se encuentra una certeza: nuestro viaje, que ya hemos empezado por esa bola del mundo que tenemos entre las manos, y no para, de verdad que no, preciosa, no para de dar vueltas..."